Me acostumbré a vivir
y me olvidé de la muerte.
Me acostumbré a andar,
pero dejé de lado,
las ganas de descansar.
Me acostumbré a dibujar
sonrisas en los rostros tristes.
No me di cuenta que se borraba,
después de cada trazo,
la sonrisa de mi alma.
La costumbre de ver
nos vuelve ciegos.
La costumbre de mirar
constantemente nuestros pasos
nos hace olvidar del cielo.
Nos acostumbramos a las personas
y nos olvidamos de quererlas.
La rutina nos atrapa,
nos aprisiona y nos sumerge
en un mar de incoherencias.
A veces nos acostumbramos,
y desde ya estamos errados.
La costumbre no es más
que el miedo a convencernos
que todo puede ser distinto.
Nos resguardamos en la costumbre
por miedo de que cosas peores
nos puedan suceder.
Pero no hay nada peor que ya sucedan
y no lo queramos ver.
Me acostumbro a hablar,
y me olvido de escuchar.
O al revés también.
Nos acostumbramos a ver el mal,
y nos olvidamos de hacer el bien.
La costumbre es un defecto
que nos hace olvidar
de lo importante que es recordar
que no hay que acostumbrarnos
porque el tiempo suele pasar.
Solemos quedarnos leyendo
el mismo cuento, la misma obra,
una, y otra, y otra vez.
La vida se vuelve aburrida.
¿Acaso no lo ves?
Y cuántas veces luchamos,
damos todo de nosotros,
porque todo siga igual.
Preferimos soñar el mismo sueño
antes que despertar, y andar.
